Norma Nivia en Pijamas

. jueves, 8 de octubre de 2009
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Después de casi un año sabático que disfrutó en Londres, la modelo y actriz regresa a las pantallas de la televisión con los sueños cumplidos. Ahora será la villana de una comedia que se estrena en este mes. Y en una bella y romántica atmósfera recrea el arte de lucir una refinada ropa de dormir diseñada por otra talentosa mujer, Viviana Castrillón.

Norma Nivia es una de esas afortunadas muchachas que se dan el lujo de soñar en colores. Enlazados detrás de los párpados, sus sueños en technicolor le restallan en las pupilas cada vez que llega un amanecer, y debe de ser por eso que adquieren el fulgor de la esperanza. Los ojos verdes de Norma Nivia parecen reflejar la satisfacción de quien ha tenido muy pocas pesadillas. Sin embargo hasta el año pasado había una quimera rebelde que se resistía a saltar a este lado de la realidad. “Toda la vida quise vivir en Londres: era como una obsesión”, dice la modelo y actriz.

Era como un espejismo que la persiguió durante casi tres décadas. La acompañó en las clases del colegio del Liceo Nacional del Líbano, Tolima, donde nació, y se vino con ella a Bogotá cuando le dio la ventolera de estudiar teatro, a 2.600 metros más cerca de las estrellas. Y estuvo a su lado hibernando en el susto de los primeros desfiles de la moda casual, en el agobio de los primeros calendarios eróticos, en el afán de los primeros capítulos de la televisión romántica, en la tristeza de los últimos amores frustrados. “Pero el año pasado me di cuenta de que estaba a punto de cumplir los treinta y que ya tocaba acabar con la espera”, dice. Cuando habla se adivinan chispas invisibles que se escapan en toda dirección, las mismas que debieron de advertir los agentes de inmigración del aeropuerto de Heathrow el día en que llegó a Londres procedente de Bogotá. Había acabado de grabar la telenovela Hombre rico, hombre pobre y llevaba libras esterlinas suficientes para buscar sin afanes el santo grial de sus ilusiones aplazadas.

Como una paisana más, arrendó un apartamento de habitaciones compartidas en Camden, un refugio que parecía haberla esperado con las puertas abiertas desde que al rey Jorge IV se le ocurrió fundar este curioso barrio londinense. Y durante nueve meses fue feliz: estudió inglés puro con el rigor de un inspector británico, pero por las noches se volaba a soberbios conciertos de Oasis y a destaparse los oídos en Los Establos, el bar de moda construido en una granja, con pacas de heno, ginger ale y tubos de striptease. “Fueron mis primeras vacaciones largas desde que tenía diecisiete años”, dice mientras abre esos ojos voraces y devastadores que parecen siempre estar contemplando un milagro. Pero fue también un período propicio para aliñar el –ese sí– sueño de su vida: ser estrella de cine. Regresó al país el pasado 2 de abril, un día antes de su cumpleaños, con las reservas monetarias agotadas y los bolsillos llenos de ambiciones. Su corazón también volvió solo.

Y estaba allí, pastando los recuerdos de todas esas noches hervidas al curry que tuvo que sufrir con sus estridentes vecinos hindúes, cuando apareció un papel en la serie Los Victorinos, de Telemundo, y logró viajar por el tiempo gracias a la fábrica de sueños de la televisión, y otro rol de villana en Mi bella Ceci, nueva comedia que Caracol TV planea estrenar este 21 de octubre. “¡Otra vez de mala!”, exclama mientras las chispas invisibles le acentúan el cabello anaranjado.

Al mismo tiempo que grababa la telenovela, tomó cursos de actuación en cine y grabó seis cortometrajes y se puso una docena de trasnochadoras pijamas que ilustran el catálogo de la nueva colección de VC Dreams, la firma de refinadas confecciones creada por su amiga Viviana Castrillón. Su belleza adormecida es arropada al amparo del satín y el algodón mientras ella parece soñar con cuentos alucinantes de doncellas seducidas en los feudos del castillo Marroquín.

Las grabaciones de Mi bella Ceci deben terminar en marzo del año entrante, y Norma Nivia piensa que ese será el comienzo de la primavera de una nueva ilusión: ir a estudiar cine en Nueva York. Su deseo íntimo es llegar a trabajar con directores de la talla de Pedro Almodóvar o Tim Burton, y nada tiene de extraño que esta pretensión se cumpla, contra todos los pronósticos. “Mi mamá me decía que si estudiaba actuación iba a terminar disfrazada de mimo en una esquina”, advierte.

Pero allí, en cualquier esquina, también se habrían destacado sus 1,83 metros de lánguida belleza, pues ella además los refuerza con un optimismo necesario para merecer las metas imposibles. “Amanecerá y veremos”, parecen decir sus ojos con esa fe bella y férrea que hace que tras ellos se alcance a ver el milagro envuelto en sueños de color esmeralda.

Fuente: Revista Diners

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